Mi aproximación a Cortázar no fue la usual, sucedió a
través del jazz. Suelo escuchar todas sus variantes, pero la que más me gusta
es el bebop de Chalie Parker, John Coltrane y Miles Davis; son melodías que me
diluyen. Una tarde de 1993, me encontraba yo revisando libros en una de esas
tienditas instaladas en el pasillo de la Escuela de Ingeniería de la Universidad
Central de Venezuela. Estaba buscando libros de Stendhal. Había leído Rojo y
negro y La Cartuja de Parma, pero quería más. Estando a punto de claudicar, leí
en un pequeño libro de bolsillo de la editorial Alianza Cien “STENDHAL,
Ernerstina o el nacimiento del amor”. ¡Eureka! Pero el libro era parte de una
colección muy cómoda para leer en cualquier lugar, por lo que comencé a ojear el
resto de los títulos y fue entonces cuando me tropecé con uno que ostentaba un
saxofón en la portada “CORTAZAR, El perseguidor”. Recordé que no había leído
nada de Cortázar, ni siquiera la tan nombrada Rayuela en mis años de colegiala,
pero si ese sujeto había escrito sobre el jazz, seguramente era para mí. Y lo
ha sido hasta ahora. El texto me recordaba mucho a Charlie Parker, entonces, lo
leí recostada en el sofá de la sala mientras Charlie tocaba su saxofón desenfrenado. Charlie y Cortázar dialogaban.
El saxo se sumergía en las profundidades de la melodía y luego se desataba en
forma violenta en busca de un clímax, mientras Cortázar decía: “Johnny ha
abandonado el lenguaje hot más o
menos corriente hasta hace diez años, porque ese lenguaje violentamente erótico
era demasiado pasivo para él. En su caso el deseo se antepone al placer y lo
frustra, porque el deseo le exige avanzar, buscar, negando por adelantado los
encuentros fáciles del jazz tradicional. Por eso, creo, a Johnny no le gustan
gran cosa los blues, donde el masoquismo y las nostalgias… Pero de todo esto ya
he hablado en mi libro, mostrando cómo la renuncia a la satisfacción inmediata
indujo a Johnny a elaborar un lenguaje que él y otros músicos están llevando
hoy a sus últimas posibilidades. Este Jazz desecha todo erotismo fácil, todo
wagnerianismo por decirlo así, para situarse en un plano aparentemente desasido
donde la música queda en absoluta libertad, así como la pintura abstraída a lo
representativo queda en libertad para no ser más que pintura. Pero entonces,
dueño de una música que no facilita los orgasmos ni las nostalgias, de una
música que me gustaría poder llamar metafísica, Johnny parece contar con ella para
explorarse, para morder en la realidad que se le escapa todos los días. Veo
ahí, la alta paradoja de su estilo, su agresiva eficacia. Incapaz de
satisfacerse, vale como un acicate continuo, una construcción infinita cuyo
placer no está en el remate sino en la reiteración exploradora, en el ejemplo
de facultades que dejan atrás lo prontamente humano sin perder humanidad. Y
cuando Johnny se pierde como esta noche en la creación continua de su música,
sé muy bien que no está escapando de nada. Ir a un encuentro no puede ser nunca
escapar…”
Así fue mi encuentro con Cortázar. Ahora abrazo con ternura
sus Cronopios, porque para mí son esos pequeños duendes que andan por el tiempo
y por el mundo conectándonos con la naturaleza y con nuestra fibra más profunda y misteriosa, para que no olvidemos nuestro origen y destino.
Me embrujó. Cortázar era un niño que jugaba con las
palabras, jugaba solo y con sus lectores, aún lo hace.
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