Esta es la selva. Aquí,
encontramos cada día más riesgos que belleza, la caída de una cultura por la
derrota de la esperanza. La selva. Y en ese paisaje árido y gris que alguna vez
fue verde, quizás muy lejos en el tiempo lo fue, la vemos a ella con sus
cabellos de canela y su cuerpo de sirena, caminando muy despacio, como
respirando los pasos. Sus ojos se mueven de un lado a otro con mucha atención,
levanta la mirada, la baja, la fija y así. El tiempo se perdió o tal vez ella,
en aquel templo construido en medio de la espesura humana; tiene una actitud
hedonista, calmada, sin expectativas; le gusta ser sorprendida, que surja de la
nada aquello que la sumerja en la ataraxia. Epicúreo flota en el aire, está en
cada rincón de esta selva llena de gente que va y viene, que habla, que ríe,
que grita; también en algún rincón, por allá cerca de las frutas, hay alguien
que canta una canción de amor con la mirada perdida… Y en medio de aquel
escándalo, entra él, con actitud estoica y algo molesto. Su paso es apresurado
pero firme, de vez en cuando levanta la muñeca izquierda para ver su reloj, no
quiere detenerse a contemplar el paisaje porque sabe exactamente lo que busca, lo
había planificado todo antes de salir; espera encontrarla pronto y salir de
allí.
Él
y ella se tropiezan con fuerza, ella por andar distraída, él, por andar con
prisa. Y en ese punto de convergencia, se separan, se miran unos segundos y
luego ven el último paquete de Harina Pan en medio de anaqueles vacíos y grandes
bolsas de papel rasgadas sobre el piso, como si un ejército de langostas
hubiese pasado por allí llevándoselo todo. Los dos toman el paquete, forcejean,
ahora sus ojos son tanques de guerra, arquean las cejas, muestran los dientes,
es la lucha por la supervivencia del más apto. Él le dice que no importa, que
se puede llevar el paquete de harina; ella le dice que no, que está a dieta y
que la sustituirá por una caja de Special K con pasas o chocolate… si la
encuentra. Un grupo de gente corre en desorden hacia el pasillo tres, ella
detiene a una señora y le pregunta que hay allí, la señora le contesta que no
sabe, que va a averiguar. Entonces se van juntas siguiendo la corriente. Él se
dirige a la caja y paga el producto, siente que ha ganado una batalla, pero
sabe que tendrá que repetir la hazaña en pocos días.
Ella revisa la lista de compras que tiene en la mano
mientras hace la cola: consiguió la leche y la harina de trigo, pero de nuevo
regresará a casa sin aceite, sin azúcar y su desayuno tendrá que esperar por
las arepas. Delante de ella va un señor con un par de cosas en las manos y delante
de éste, una señora con cuatro paquetes de Harina Pan que se voltea y le pide al
señor que le pase dos de los paquetes porque sabe que la cajera impedirá se los
lleve todos. El señor la ve con furia y le dice - Señora, usted es muy egoísta.
¿Quiere todos los paquetes para usted? ¿Cómo se le ocurre pedirme eso? ¿Cómo se
le ocurrió pensar que yo iba a participar en su chanchullo? ¡Que falta de
respeto! La señora lo mira con pena e indignación, respira profundo y le
contesta –Discúlpeme, señor, yo pensé que usted tenía un buen corazón, pero ya
veo que no tiene idea de lo que significa C-O-L-A-B-O-R-A-R. Al final, termina
llevándose los dos establecidos por no sé qué ley. La mujer de cabellos canela
se alegra y le pregunta a la cajera – ¿Puedo tomar esos dos paquetes de
harina?- y ella le contesta - sí, por
supuesto- y continúa tecleando con sus uñas acrílicas extra largas. Ha sido
sorprendida de nuevo, bienvenida sea la ataraxia, ese placer cercano a la esquizofrenia.
Así vivimos aquí, cada quien con sus estrategias de
supervivencia, unos más racionales, otros más cercanos a las bestias. No
importa si usted es hedonista o estoico, lo cierto es que todos estamos sujetos
a este mundo absurdo en donde la ciudad se ha convertido en selva.
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