Aquí está mi reflejo. Siente cómo abre una rendija por donde se escapa la luz y lanza allí, en ese flujo coloidal, palabras sin significado aparente que acarician o golpean el hipotálamo; y más tarde, cuando el sol se desliza detrás del contorno impreciso de la tierra, se desvanecen entre las sombras de los intrincados bosques dendríticos. Se escapan. Así son los espejismos.

jueves, 23 de agosto de 2012

El amor en un árbol



Árbol. 
Nidos de pájaros y niños, que se enredan en sus ramas por las tardes; raíces que aprietan la tierra, fuerte, muy fuerte, para que no se pierda en el aire; guardián de los ríos en su carrera infinita para encontrarse con su amante; templo del sol, cuyas hojas guardan su magnánimo poder en las nervaduras, con intimidad, con enorme intimidad.

Árbol. 
Lo vi florecer, vi caer su follaje y crecer sus frutos, cada nueva hoja, cada nueva rama que se extendía diminuta hacia arriba con hambre de sol, con hambre de lluvia, abriéndose paso entre las otras. Lo vi engordar con cada anillo y extender sus raíces sobre el suelo para no caer; porque así como crece el conocimiento debe crecer el amor.

Árbol. 
Me recosté en su tronco para no caer cuando te vi tan cerca. Entonces tu mirada, tu sonrisa, tus manos tibias navegando el ardor de mis mejillas. Luego el descenso al sepulcro en tus labios, en mi cuello las hormigas, en mi abdomen el deseo; y en el corazón de la Swiss Army, tu nombre y el mío bajo esa sombra.

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