Aquí está mi reflejo. Siente cómo abre una rendija por donde se escapa la luz y lanza allí, en ese flujo coloidal, palabras sin significado aparente que acarician o golpean el hipotálamo; y más tarde, cuando el sol se desliza detrás del contorno impreciso de la tierra, se desvanecen entre las sombras de los intrincados bosques dendríticos. Se escapan. Así son los espejismos.

sábado, 31 de marzo de 2012

La opinión de un gorila



A veces, no con mucha frecuencia, llevamos nosotros mismos las hojas de jengibre a la exhibición de los orangutanes. Si, ellos comen hojas de jengibre, y otras hojas y tallos también. Esos simios parecen rastafaris, son del tipo meditativo y despreocupado. Una vez allí, me gusta entrar a ver al resto de los simios que se hallan dentro del edificio, cada especie en su área particular. Para incrementar su movilidad, les colocan algunos objetos de los cuales pueden colgarse, incluyendo fuertes troncos con ramas desnudas. No hay ni rejas, ni mallas; se pueden ver perfectamente a través del vidrio de seguridad que los contiene. Los chimpancés se me antojan los más graciosos del grupo, me río cuando ellos parecen reír escandalosamente; ellos no conocen el decoro social. En medio de aquel lugar se halla solitario un enorme gorila, con su pelaje largo y de un negro intenso. Es simpático.  Cuando voy a visitarlo me sonríe. Es un animal muy tranquilo. Sin mucho espacio para moverse, pasa horas sentado, recostado de una de las paredes de concreto. A veces se me ocurre pensar que él puede entender lo que pasa a su alrededor. Tal vez es así. Recientes descubrimientos científicos afirman que el cerebro del hombre y el cerebro del mono son muy similares. Recuerdo que un domingo de esos de temporada, pasó algo inesperado. La gente se hallaba amontonada frente a  nuestro gorila, luchaban unos con otros para abrirse una ventana; lo señalaban, se reían, hablaban. Él parecía molesto (y no aburrido como de costumbre). Los veía a todos con esa expresión de asombro en la cara, de ojos abiertos, bocas abiertas, de cejas levantadas, apuntando hacia él. De pronto, agarró sus heces con una de sus manos y comenzó a arrojarlas hacia la gente. La materia defecada se estrelló con fuerza contra el vidrio de seguridad salpicándolo todo. La gente gritaba ante la acción sorpresiva, gritaba y se dirigía hacia otras exhibiciones.  La osadía de ese gorila me hizo recordar a Marcel Duchamp cuando se atrevió a exhibir su Fontain.

4 comentarios:

  1. Caramba, Deyanira, qué bien escribes.

    Cuando veo a los animales en los zoos, siempre me provoca esos sentimientos agridulces, que prefiero no ahondar. Algo parecido me pasa con los espectáculos de circo, por cierto. Pero a mayores con los grandes monos... no aguanto mirar un ratito a sus ojos: se les ve sus pensamientos, siempre de tristeza, sino de resentimiento.

    Me has hecho tirar de google y conocer la Fontain de Marcel Duchamp. Más que curioso.

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  2. Gracias por tu comentario amigo! Este es un tema delicado de abordar en vista de la función educativa de los zoo. Pero más allá de eso está la opinión de un gorila :-D Marcel, todo un personaje del mundo Dadaísta.

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  3. Tienes un lugar maravilloso por aquí.

    Coincido con Saturnino, tengo ese sentimiento en relación los circos y zoológicos ( y para colmo tengo uno de estos últimos a pocas cuadras de mi casa).

    Hace tiempo actué en una obra de teatro, en la que un investigador pedía ser recluido en una jaula y exhibido como un "Homo Sapiens" para evaluar las reacciones de los visitantes asiduos del zoológico. De la novedad pasó rápidamente la costumbre, terminando en el olvido.

    A veces la exhibición debe dejar de ser pasiva, tal vez entre la conmoción alguien comience a verla diferente.

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