Aquí está mi reflejo. Siente cómo abre una rendija por donde se escapa la luz y lanza allí, en ese flujo coloidal, palabras sin significado aparente que acarician o golpean el hipotálamo; y más tarde, cuando el sol se desliza detrás del contorno impreciso de la tierra, se desvanecen entre las sombras de los intrincados bosques dendríticos. Se escapan. Así son los espejismos.

lunes, 5 de febrero de 2018

Melodías en el aire





             Hay muchas cosas que disfruto de Montevideo, entre ellas, está la música. Cuando se piensa en el sur, inevitablemente se piensa en tango. Soy caribeña, pero crecí escuchando a Gardel, y canciones de Gardel en las voces de Julio Iglesias y Roberto Carlos.  Su memoria está muy presente en esta ciudad: hay una calle con su nombre y una estatua en la avenida 18 de Julio.



           Y es que los uruguayos aseguran que dicho cantante nació en Tacuarembó, y sobre ese tema los argentinos y los uruguayos han tenido discusiones álgidas. Me tocó llegar aquí en el año 2017 cuando se celebraban los 100 años de la Cumparsita. La ciudad estuvo llena de eventos todo el año, bailes y exhibiciones se organizaron en teatros, plazas y parques. Ver a jóvenes y mayores disfrutar de tan pintoresco baile me llenó de emoción. En el tango hay poesía, fuego, pasión, y en su baile complejo, lleno de filigranas, hay seducción. Recordé las clases que tomé en Washington en el año 2007 con una pareja de bailarines argentinos: la postura recta, el ocho al giro de la punta del pie, el cruce de piernas, la cabeza ergida, los brazos extendidos hacia adelante y la mirada en el horizonte, cerca el latido, la respiración y la transpiración. Aún no he aprendido a bailarlo bien, hacen falta más de cuatro clases para eso. Tal vez me anime a hacerlo aquí, es un privilegio. 



                                                El video es una cortesía de Ariadna Pineda.

         Pero Montevideo no es solo tango. Se escucha el candombe, una serie de tambores con sonidos de Baobad, muy enquistado en las raíces culturales de este país, que impone su ritmo a la alegría del verano; comparte su espacio con la murga, un baile más carnavalesco que alcanza su maxima expresión con Agárrate Catalina. También suena la samba, la milonga, las coplas y la poesía gauchesca que acompañan con mate, un buen asado y el truco en la mesa. Porque en Uruguay también se juega truco. Los más jóvenes escuchan rock uruguayo e internacional, teniendo un gusto especial por el rock de los 60 y 70, con predominancia de Los Beatles; también se escucha la cumbia uruguaya y el reguetón. Yo escasamente conozco al Cuarteto de Nos, cuyas letras me parecen excepcionales.  Los montevideanos pertenecen a una sociedad culta, por lo que también escuchan música clásica, son eternos amantes del jazz y fanáticos de las canciones de Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat.

         Desde que llegué aquí he estado en el ejercicio de apartar poco a poco las hojas de los plátanos que reposan en las plazas y avenidas del centro,  para descubrir todo lo genuino que esconde esta pequeña ciudad del sur con rasgos europeos. Hay música, mucha música en Montevideo, es algo que disfruto intensamente, y por eso, me gustaría dedicarle algunos textos. Pero no quiero hablar de los músicos renombrados, quiero hablar de los anónimos, esos que te alegran la vida cuando estás de paso por la calle, que se atreven a entregar su arte abiertamente con una sonrisa que surge de lo más profundo de esas notas que saltan y vibran en el aire. Quiero escribir sobre ellos, pues he notado que hay gente con mucho talento. Veremos qué pasa en el próximo encuentro.

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