Aquí está mi reflejo. Siente cómo abre una rendija por donde se escapa la luz y lanza allí, en ese flujo coloidal, palabras sin significado aparente que acarician o golpean el hipotálamo; y más tarde, cuando el sol se desliza detrás del contorno impreciso de la tierra, se desvanecen entre las sombras de los intrincados bosques dendríticos. Se escapan. Así son los espejismos.

lunes, 19 de febrero de 2018

Baião de viento y cuerdas

   


            Al atravesar la Puerta de la Ciudadela, que se alza imponente frente a la Plaza Independencia, me adentro en un mundo aparte marcado por un extenso camino de piedras; es la Peatonal Sanrandí, uno de los lugares más concurridos de Montevideo. La arquitectura muestra toda su riqueza histórica a través de edificios de anchas paredes, grandes puertas y ventanas de madera ornamentada y balcones que se asoman mostrando rejas forjadas de gran belleza. El aire es cálido, húmedo y huele a café. Veo grupos de  otras latitudes y lenguas, usando ropa fresca, sombreros y gafas de sol, con esa miráda extraviada que va de un lado a otro, y que por momentos se detiene en algún detalle del paisaje urbano para luego capturarlo en una fotografía. También compran souveniers, y entonces, esos sonidos extranjeros se mezclan con los de los transeúntes habituales, con los de los artesanos y libreros que ofrecen la mercancía que exhiben sobre la ristra de mesas colocadas a un lado de la calle (pues del otro están los bancos). Así, se abren paso entre la gente, entre cueros repujados, pinturas inspiradas en el tango, amatistas extraídas de las canteras de Artigas y libros usados... hasta que sus oidos tropiezan con una melodía llena de ritmo y allí se detienen. Es el Baião, una música perteneciente al nordeste de Brasil de gran riqueza rítmica y fuerza interpretativa. Es ejecutada por dos jóvenes que se encuentran sentados en un banco: uno con una flauta traversa, el otro con una guitarra clásica. Los sonidos están bien acompasados y producen vibraciones de gran belleza y colorido.  De vez en cuando,  la flauta abre un espacio lúdico, y al igual que en el jazz, comienza a improvisar dentro de  la escala.


             Cuando terminan su interpretación, me presento y les digo que me gustaría escribir sobre ellos para este blog; se miran a la cara con sorpresa, sonríen y aceptan. Los invito a compartir lo que quieran, "lo que quieran"-subrayo. Lo primero que me dicen es que son uruguayos que disfrutan tocar ritmos brasileros, con una marcada inclinación por el Baião y  la Bossa Nova. La Bossa es ampliamente conocida en el mundo a través de las voces de Toquinho, Vinicio Moraes y Caetano Veloso, entre otros; pero el Baiao ha tenido menos difusión. Ambos son  ritmos exigentes que requieren manos ágiles y precisas. De hecho, estos muchachos me confesaron que son estudiantes de la Escuela Universitaria de Música de Montevideo. Como no tienen una vida holgada, han elegido someter sus prácticas musicales habituales a la presión del público de la peatonal para mejorar sus habilidades, medir la respuesta de su audiencia, y recoger la recompensa de su esfuerzo conjunto.  Se ven muy contentos y seguros de sí mismos, tienen el norte en la mirada; no les interesa ser parte de grandes orquestas, quieren hacer música de cámara. Son osados y perseverantes. Como dice la Bossa de Bense, tienen "licencia para soñar", la realidad aún no los alcanza. Tal vez lleguen a un lugar donde ni siquiera su corazón imagina, y quizás, no se han dado cuenta de que han atravesado la primera puerta. Todo lo que necesitan es un poco más de silencio a su alrededor.




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