Aquí está mi reflejo. Siente cómo abre una rendija por donde se escapa la luz y lanza allí, en ese flujo coloidal, palabras sin significado aparente que acarician o golpean el hipotálamo; y más tarde, cuando el sol se desliza detrás del contorno impreciso de la tierra, se desvanecen entre las sombras de los intrincados bosques dendríticos. Se escapan. Así son los espejismos.

sábado, 21 de abril de 2012

La guarida de los leones




Esa mañana alrededor de las diez, había un buen número de leonas dispersas en su reducido mundo. El león se hallaba dormido sobre una enorme piedra, a veces se movía o cambiaba su postura, mostrando su melena con gracia. Hacía mucho calor ese verano, casi 100 grados Fahrenheit. Las regaderas arrojaban su refrescante lluvia intermitente sobre los visitantes, si no, la estadía en el zoológico se hacía insoportable. Yo,  había comprado un gran vaso de té helado el cual sostenía con mi mano derecha. De vez en cuando sorbía un poco y observaba a las leonas; una fosa llena de agua las separaba de los visitantes, luego un muro de concreto que llegaba a la cadera y terminaba en elegantes puntas de hierro en forma de flechas. Recostada de ese muro estaba yo. Llegaron un par de mujeres con sus niños, uno de ellos no pasaba de dos años. Se detuvieron a mirar lo que yo miraba, muy cerca de mí. De pronto las leonas dispersas comenzaron a juntarse, una tras otra al filo de la meseta, frente a nosotros. Eran como ocho. Nos miraban y miraban la fosa que nos protegía. Algunas intentaban lanzarse al agua. Al parecer todos estábamos asombrados con el hecho, las mujeres señalaban a las leonas con sus brazos muy estirados y reían, y comentaban no sé qué. Por instinto miré hacia abajo, el bebé se hallaba al otro lado del muro, hacia la fosa, pero no había terminado de caer pues sus pantaloncitos se habían enganchado en una de esas flechas de hierro. El bebé pataleaba desesperado, las mujeres ensimismadas con el espectáculo  no se habían dado cuenta del por qué de la reunión felina, no había tiempo para pensar, yo debía arrojar mi delicioso té helado y sacar al niño de allí, pero hacía tanto calor que hacer eso era un sacrilegio. Usé rápidamente mi mano izquierda y lo agarré por los pantalones sin soltar mi té, pero el niño comenzó a dejar los pantalones, me asusté y pegué un grito.
- ¡El niño, el niño se cae!
Las mujeres reaccionaron inmediatamente, deshicieron las risas y sacaron al bebé de aquella situación. Me miraron y me dieron las gracias, estaban muy apenadas, se fueron en silencio. Yo me quedé allí, observando cómo las leonas  se dispersaban de nuevo. Miré mi vaso lleno de té helado, caminé un poco hasta el cesto de la basura, lo arrojé y me fui.

3 comentarios:

  1. Y el león ni se inmutaba? qué tío más saciao.

    ResponderEliminar
  2. Ja,ja,ja. En el mundo de los leones, los machos solo duermen y copulan; las hembras hacen el resto.

    ResponderEliminar
  3. Vaya relato, que intenso, en un segundo de distracción pueden suceder tantas cosas.

    ResponderEliminar

Deja aquí tu reflejo