Aquí está mi reflejo. Siente cómo abre una rendija por donde se escapa la luz y lanza allí, en ese flujo coloidal, palabras sin significado aparente que acarician o golpean el hipotálamo; y más tarde, cuando el sol se desliza detrás del contorno impreciso de la tierra, se desvanecen entre las sombras de los intrincados bosques dendríticos. Se escapan. Así son los espejismos.

jueves, 3 de julio de 2014

Entrar en “Experimento a un perfecto extraño”.



                No sé si es el asma, la locura o la fluidez de su escritura lo que me acercó a José Urriola, lo cierto es que una vez que penetré en su mundo, me atrapó y no hubo escapatoria posible. Su novela, “Experimento a un perfecto extraño”, es un rompecabezas muy divertido en el que te pierdes en medio de ideas, críticas y sucesos, hasta que al final te das cuenta de que eres la pieza faltante de su historia infinita donde tú también eres un rompecabezas, “ese coctelito personal que tú mismo te estuviste preparando a lo largo de tu vida con pizcas y medidas de quién sabe quiénes…”, un camuflaje único e irrepetible, parafraseando al autor. Este libro es un fractal, en él hay historias y meta historias que puedes encadenar como quieras, cada una de ellas puede sonar surrealista, pop o futurista, pero lo cierto es que mientras te sumerges en sus complejidades, van surgiendo otras en mundos paralelos: las que vive cada lector, porque para Urriola, la vida es una puesta en escena.

 Mi historia comienza la tarde del jueves 4 de Julio del año 2013 cuando compré la novela en el Banco del Libro, en la antesala del conversatorio que luego tendríamos con el autor. Conocí la escritura de José Urriola en su blog "Rostros de viento", allí comenzó mi admiración por su estilo y la empatía por sus ideas. Por eso aquella tarde lo esperaba con impaciencia, para tener ese contacto necesario lejos de los sitios virtuales en los que solíamos intercambiar ideas y una que otra anécdota. Yo había llegado muy temprano, y sin embargo, las sillas ya estaban dispuestas para recibir a los invitados. José llegó después acompañado de algunos familiares y pudimos tener una corta pero agradable conversación, como la de dos extraños que constatan que están hechos de materia cósmica. Salí del evento con una dedicatoria en el libro y un ticket de avión para Puerto La Cruz con fecha 5 de Julio.

           
          Pensé que el libro sería un buen compañero de viaje. Había decidido tomarme unos días libres en medio del estrés que implica establecer los lineamientos de una campaña eco-política, en un país sumergido en el caos. En el aeropuerto me encontré con Natasha Tiniacos que iba para Maracaibo y cuyo vuelo estaba retrasado al igual que el mío; recuerdo que le regalé unos caramelos que tenía en la cartera, le mostré el libro y le di una breve referencia del mismo, tomó su camino y yo comencé mi lectura: “Cada evento de mi vida derivaba en un cuento que necesitaba ser contado a otra persona, pero también, sobre todo, necesitaba ser contado y recontado mil veces a un interlocutor interno que no era otro que yo mismo.” (…) “Porque sí, en el fondo eres un niño bueno y estás lleno de potenciales, pero la verdad es que vas por mal camino y nosotros nos hemos dado cuenta y queremos corregirte antes de que sea irreversible.” Eres bueno, pero vas por mal camino… Mi ticket decía que debía llegar a las 5:00 pm a Puerto La Cruz y terminé llegando a las 9:00 pm. Esas cosas siempre pasan en los aeropuertos venezolanos.

            En Puerto la Cruz me esperaba el amor, alguien que había conocido hace más de un mes trabajando en proyectos ambientales y del cual no me pude desligar en vista de esos flechazos mortales de los que a veces somos víctimas y que se tradujeron en llamadas frecuentes a mi casa y cinco horas de espera por causa del retraso de mi vuelo. Mis ojos volvieron al texto “Quienes se asoman en mi vida no son otra cosa que actores, incluyendo a mi familia, pasando por amigos, terminando por mis parejas. Cada uno de ellos viene con una misión, interpretan un papel previamente escrito y simplemente dejan fluir su actuación hasta que alguien –el jefe del Experimento, el gran maestro titiritero de esta enorme puesta en escena- decide que ya es hora de salir del cuadro, o bien que pueden continuar un tiempo más.” Más tarde concluí que ese enamorado llegó a mi vida para enseñarme la importancia del silencio, él lo practica hábilmente y conoce muy bien las limitaciones de tener un diente roto. Durante ese largo fin de semana el libro reposó en la mesa de noche, recordándome quizás, que yo era parte de ese experimento, una perfecta extraña que entraba en los laberintos del autor. En la novela encontré que “En la vida, tan importante como creerse las mentiras, es saber decidir hasta dónde no creérselas”. Soy de las que piensa que es mejor escuchar una verdad incómoda que mentiras complacientes del ego. Regresé a Caracas con la estela de nostalgia que dejan las separaciones forzadas, comenzaron de nuevo las llamadas a mi casa y el cuándo nos volveremos a ver como el punto y aparte necesario…  “El mundo existe siempre y cuando yo esté allí para percibirlo” y detrás de esa sentencia de Urriola apareció Descartes con su “pienso y luego existo” y detrás de Descartes, yo, reafirmando toda mi fortaleza y toda mi fragilidad, un simple ser humano que lucha con sus “Entes” y que trata de entender qué la rodea y cómo se integra. “Vaya tarea titánica, la de intentar dar sentido al sin sentido absoluto, la de otorgarle congruencia blindada a este desmadre signado por el absurdo que somos y en el que estamos sumidos.”, insistía el autor.  Recordé que Jon Elster en sus “Juicios Salomónicos” decía “… que la racionalidad misma nos exige reconocer esta limitación de nuestros poderes racionales, y que creer en la omnipotencia de la razón es sólo otra forma de irracionalidad.”. Una novela, demasiadas reflexiones. Y es que en el libro de Urriola te tropiezas con Descartes, Freud, Rimbaud, Baudelaire, Buda, Bilal… con interesantes referencias musicales y con oraciones como esta: “Sacar los brazos hacia la noche de Guanarito es como meter las manos en un ataúd sin fondo.” Yo no sé cómo son las noches de Guanarito, pero si ese lugar se parece al Amazonas, debe ser algo terrible sacar los brazos por la ventana, por algo están cubiertas de tela metálica.

En algún momento de la lectura me detuve a pensar que mi encuentro con el autor en aquellos parajes llenos de espejos tal vez se debían a un asunto médico y generacional, eso de que “la tristeza era un estado constante de la existencia” y mi asma,  ese tropiezo con la rebeldía de otro asmático que aprende a retar la vida desde muy temprana edad, porque cuando eres asmático te vuelves terco, muy terco, y haces todo lo que te dicen que no debes hacer: saltar en la cama, correr bajo la lluvia y todo para ver si esta vez te mueres de un ahogo. Este panorama está muy en consonancia con el tema del microsuicidio que se desarrolla a mitad de la novela. Luego me encontré con Freud en la siguiente afirmación del Ëxperimento": “Dicen que hay cineastas que siempre filman la misma película y que los escritores siempre repiten de alguna manera el mismo cuento “ ¿Por qué Freud? Porque en “Más allá del principio del placer” Freud dice que esa conducta que reflejan tanto cineastas como escritores  se debe a que “los niños repiten en sus juegos todo aquello que en la vida les ha causado una intensa impresión, y que de este modo procuran un exutorio a la energía de la misma, haciéndose, por decirlo así, dueños de la situación.” Pero más allá de esta cita, Freud está muy presente en la novela, es realmente divertido el capítulo dedicado al psiquiatra, el Dr. Iribarren, en dónde el autor le da rienda suelta a su imaginación para burlarse de esas teorías sexuales, del complejo de Edipo, de Electra y de todo el psicoanálisis. Es para reír y no parar.


El libro descansó un par de semanas y yo también. Me estaba preparando para un viaje largo a Austria y decidí terminarlo allí; el “Experimento” llegó muy lejos en mis manos. De nuevo el vuelo de IBERIA salió con retraso de Maiquetía y perdí mi conexión en Madrid; tuve que esperar siete horas en el aeropuerto de Barajas por el próximo vuelo a Austria. Para disculparse, la aerolínea me premió con un almuerzo en el mejor restaurante del lugar con vino incluido. Llegué a Viena hecha un harapo, con el jet lag en pleno, tuve la sensación de que podía dormir dos días seguidos y creo que lo hice. Pensé que el jet lag no debe afectar a los que padecen de insomnio, no era mi caso. Vería a mi hija en cuatro días, ella volaba desde Japón, tendría mucho espacio para la lectura. 

Comencé con la historia de Melanie y me detuve, pensé que no me sería posible terminarla sin tomar por lo menos dos copas de vino porque era una historia cercana, el hombre con el que estaba saliendo, el amor de Puerto la Cruz, era más joven que yo, yo era Melanie y cantaba en esperanto. A pesar de la distancia generacional lo amé profundamente, una locura, aquel romance duró alrededor de ocho meses y la separación fue dolorosa porque no había motivos para la ruptura, una amputación necesaria que nada tuvo que ver con la incomprensión social y mucho que ver con un cambio de visión en el futuro, porque nos creemos muy cool, pero a la hora de la verdad, caemos fácilmente en la crítica y el juicio. Mis hijas aceptaban bien la relación, mi mamá la miraba de lejos y una que otra vez mencionaba a Mimí Lazo o a Jennifer López como justificándome, pero otras veces decía que le incomodaba el asuntoEn aquel momento no quería saber nada, cerraba los ojos y escuchaba una voz que decía “mi princesa” y entonces abrazaba profundamente las palabras leídas en la novela de Urriola, que se había convertido en un refugio: “Porque el amor y el dolor hay que sufrirlos, hay que joderse en lo bueno y en lo malo. Si se quiere realmente amar con todo y si se quiere realmente sufrir los estragos del desamor hay que inmolarse. No me venga nadie con asuntos cobardes sobre inyectarse amor y despecho sin que les duela el pinchazo.” 


En el vuelo hacia Madrid vi una película que hablaba sobre la importancia de preservar el alma, de vivir y aceptar lo que eres a pesar de todo. A veces es difícil, quieres huir, dejar de ser, de sentir la presión, solo te salva pensar que tu sombra sigue allí y tienes el poder de controlarla. Quieres dejar de escribir, quieres dejar la política, tener una vida común, sin tantos vericuetos… pienso en lo que me haría feliz.  Hay edades complicadas: La adolescencia y cuando se llega a los cuarenta, sobrevivimos a todo eso. En algún momento despiertas y la sensatez aparece, tomas distancia de ti mismo y logras una segunda mirada de lo que necesitas que sea tu vida. 

Ser político es hermoso y respeto a todos los que deciden seguir ese camino, es un apostolado, sacrificas muchas cosas, sobre todo el tiempo de familia, por eso tienes que tener muy claras las bases filosóficas y los objetivos de la lucha y amarlos, para que el camino no se haga tan pesado; entregas tu vida a la gente, sabes que se beneficiaran de tus logros, porque lo haces por el bienestar del país, solo que a veces te olvidas de que no todos abrazan los mismos principios, siempre es así en la política y es más difícil cuando pretendes romper un paradigma, pero hay que insistir en aquello en lo que se cree, sin eso la vida no tiene ningún sentido, existen muchas formas de integrarse.


Al día siguiente, desayuné con té inglés, pan alemán, queso brie y frambuesas. Adoro las frambuesas. Salí del hotel con el libro en la mano. Era verano y el sol estaba calientito, la gente se veía relajada, muchos shorts, sandalias, faldas cortas y bicicletas en las calles de Viena. Escuchaba a los transeúntes hablar en alemán, no entiendes nada, pero sabes que la están pasando bien porque se  ríen. La expresión corporal y la risa no tienen barreras idiomáticas. Pagué quince euros por entrar en una playa privada. Tenía muchos árboles frondosos, grama, y grava en la línea de la costa, el agua era dulce y fría a pesar del calor y no había olas. Vi algunas mujeres desnudas asoleándose en la orilla y nadie se detuvo a mirarlas, es otra cultura. Era obvio que tatuarse estaba de moda, los cuerpos exhibían grandes obras de arte a todo color. Busqué un sitio para sentarme a terminar la novela, me pareció que el muelle era un buen lugar. Cuando llegué, vi a un cisne nadar hacia a mí con rapidez, me pareció un ave excelsa, blanca, interesante y me asombré al ver su falta de timidez y de miedo a los humanos -la gente del lugar no debe atacarlos- pensé. Se acercó tanto a mí que saltó del agua y me mordió la mano derecha, menos mal que no era Zeus porque en este momento yo sería la madre de un semidiós. ¿Era la magia del lago o la magia del libro? -me pregunté- sonreí y busqué un lugar más tranquilo, lejos de los cisnes. Me invadió la felicidad. Ojalá pudiésemos borrar los problemas como borramos un texto. La vida debería ser más sencilla, menos exigente y nosotros menos idiotas. Caminé un poco por el lugar y encontré, en un recodo del lago, un cómodo banco de madera debajo de un árbol.  Abrí el “Experimento”: “Tu no necesitas de ningún Dr. Klausmann, tú lo que tienes es que seguirte preparando para cumplir la misión que se te ha encomendado, tú tienes que seguir cultivando ese talento divino, no desfallezcas porque el camino es largo, duditativo, tortuoso. Tú que tienes la madera, el potencial que nadie más, para erigirte en nuestro guía. No nos abandones. Tú eres el camino, el camino está en ti.” (…) “…olvídese de Klausmann, nadie encuentra a Klausmann, él lo encuentra a usted.” Fijé la mirada en el lago y pensé que Klaussman era como el destino que no puedes evadir pero que tampoco puedes buscar, era el Zaratustra de Nietzsche soltando las muletas, el Padre Sergio de Tolstoi caminando sobre las aguas. Me perdí en el azul. De pronto comenzaron a aterrizar en el agua, justo frente a mí, una bandada de patos y avanzaron hacia la orilla buscando un refugio en la marisma. Los observé hasta que se ocultaron en el herbazal. Me levanté del banco y me dirigí al restaurante, busqué una mesa y pedí un helado de chocolate y una botellita de agua. ¿Que cómo los pedí? Nada complicado, muchos austriacos hablan inglés.


Se acercaba la tarde y las nubes pasaron de blancas pinceladas a espesos algodones grises.  Oscureció. Respiré profundamente antes de terminar con una historia que había invadido mi intimidad por completo: “Y aventuro una última duda, antes de presionar este gatillo con el cañón del revólver ya en la sien: Si bien yo no soy el protagonista porque simplemente he participado como un personaje más del reparto en el Experimento diseñado para otro… ¿Ese otro acaso serás tú?” Me dejó sin aliento. Estupendo final- pensé- y dejé la playa del lago para reencontrarme con Ana que acababa de llegar de Japón y me esperaba en Wagramer Strasse. Fue un momento maravilloso, juntas otra vez después de dos años, nos abrazamos fuerte, brotaron lágrimas y risas. Comenzó a lloviznar. Mamá, ¿qué tal si caminamos un poco por la ciudad? Me pareció una locura la invitación pero accedí. Frente a nuestros ojos apareció en el cielo grisáceo, un doble arcoíris, uno debajo del otro; yo pensé que esas cosas solo eran posibles en los dibujos de los niños. Mi hija y yo nos quedamos ensimismadas observando ese paisaje surrealista, entonces ella me dijo: No le contemos esto a nadie, la gente va a pensar que andamos en drogas. Extraña tarde, extraño final.

Regresé a Caracas con muchas decisiones tomadas: dejé la coordinación del partido pero aún ejerzo acciones ecopolíticas, reemplacé el amor de Puerto la Cruz por la dulce compañía de mis hijas y me quedé con la escritura, pero un “Trojan” acabó con dos años de textos inéditos y tuve que comenzar de nuevo. Insisto en mantener los ojos abiertos para encontrar “la misión que se me ha encomendado”.  Y mientras tanto, cada tarde ignoro la llamada telefónica de una grabadora que me dice: Usted se ha comunicado con el Cementerio del Este.












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