Son
las 6:00 pm de un lunes con pinceladas de silencio. Allí estás tú frente a
mí, inerte, con esa epidermis erizada que detesto porque me deforma. Me
dispongo a ir más allá de esa piel blanca y flácida sabiendo que no
te opondrás. Al hacerlo,
descubro una de color más intenso, húmeda y suave al tacto. Mis manos resbalan por
esa carne lubricada recordando otras sensaciones tan cotidianas como ésta,
cotidianas sí, aunque placenteras cuando se tiene mesura. Toma un vaso de agua,
dos, tres… el primero quita la sed y deja una sensación de bienestar en la
garganta, el cuarto es una tortura. Abro tus piernas hasta el extremo y penetro
la cavidad que queda al descubierto; está llena de músculos, huesos, vísceras…
Ah, allí está tú corazón, lo siento en mi mano, lo aprieto con fuerza, lo extraigo con todo y sus arterias para
luego arrojarlo a la basura. Un corazón que no late es inservible; al menos tu cuerpo
sirve para alimentar el mío 3 o 4 veces por semana. Es lo mismo siempre, después
de cortarte en pedazos irás al horno. Que alivio es no tener que
sumergirte en agua caliente y arrancarte las plumas como lo hacía mi abuela. El
lunes sigue con su silencio y su tristeza, mañana será otro día, será otra
cosa.
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