Solo tú conoces como fluye su danza ligera entre las
piedras del río, al compás de un vals de Strauss, sin detenerse, sin regresar.
La fuente se desborda porque llueve, e inunda todos los sentidos, perplejos de
tanto estímulo. El marco de tu ventana es el mundo, todo se mueve en el
estático paisaje, mientras las notas estallan al ritmo de los ciclos que
retornan y que a veces se rompen convirtiendo el vals en un desaforado jazz de
Coltrane. Eres un espejo empañado por tu respiración, la que, llegado a un
punto apagas para escuchar mejor la melodía externa. Tu sistema se integra al río,
ambos intercambian materia, bailan como lo hacen los amantes, ese nudo es inconsciente; pero tú despiertas y
miras y tratas de comprender, de distinguir el vals donde suenan los violines
y el jazz donde el piano dialoga con el saxo. Abres el foco en el jazz, allí dónde las relaciones son complejas,
disonantes, sorpresivas, un conjunto de soledades atadas con un hilo de nylon.
Tratas de sentirlo, luego de reflejarlo,
letra por letra; es un río con piedras y su danza ligera se pierde en el mar.
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