Árbol.
Nidos de pájaros y niños, que se enredan en sus
ramas por las tardes; raíces que aprietan la tierra, fuerte, muy fuerte, para
que no se pierda en el aire; guardián de los ríos en su carrera infinita para
encontrarse con su amante; templo del sol, cuyas hojas guardan su magnánimo
poder en las nervaduras, con intimidad, con enorme intimidad.
Árbol.
Lo vi florecer, vi caer su follaje y crecer sus
frutos, cada nueva hoja, cada nueva rama que se extendía diminuta hacia arriba
con hambre de sol, con hambre de lluvia, abriéndose paso entre las otras. Lo vi
engordar con cada anillo y extender sus raíces sobre el suelo para no caer;
porque así como crece el conocimiento debe crecer el amor.
Árbol.
Me recosté en su tronco para no caer cuando te
vi tan cerca. Entonces tu mirada, tu sonrisa, tus manos tibias navegando el
ardor de mis mejillas. Luego el descenso al sepulcro en tus labios, en mi
cuello las hormigas, en mi abdomen el deseo; y en el corazón de la Swiss Army, tu
nombre y el mío bajo esa sombra.
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