Un sábado por la mañana, me encontraba caminando por el Paseo La Trinidad cuando creí ver a Carlos. Me acerqué a verificar. Estaba tirado en el suelo, bajo un árbol de flores color lila. Su ropa estaba pálida y sucia; a su lado se hallaban tres pequeñas pelotas bicolor. Sí, era Carlos mi amigo de la infancia. La curiosidad me llevó a reducir la distancia que nos separaba. Lo saludé. Le costó reconocerme. Me sonrió. Yo también le sonreí. Le pregunté titubeante qué estaba haciendo allí. No me contestó, tan sólo bajó la mirada. Sentí pena por él. Le pregunté si tenía alguna cuenta bancaria y, después de haber anotado sus datos en el reverso de un recibo de compra, saqué mi BB del koala y a la velocidad de mis pulgares comencé a transferirle quinientos bolívares fuertes. De sentirme buena y generosa, pasé a sentirme desconcertada porque él rechazó mi obsequio, alegando que era muy poco para aliviar su desgracia. Se levantó en silencio, tomó las pelotas y las lanzó, una tras otra, dibujando con ellas una esfera en el aire. Lo observé unos segundos. Entonces tomé de nuevo mi BB y con el firme y preciso movimiento de mis pulgares sobre el diminuto teclado, le transferí mil bolívares fuertes esperando de su parte un gesto de agradecimiento; pero Carlos insistió en que era poca cosa lo que le ofrecía. Sentí rabia e indignación, no lograba entender su actitud. Le pregunté qué quería. Atrapó una tras otra las pelotas y las colocó en el suelo. Se acercó tanto a mí que pude sentir el olor a manzana podrida y cloro que transpiraba su cuerpo. Me tomó firmemente por los hombros con sus manos de cadáver, clavó sus ojos desorbitados en mis labios secos, luego penetró las pupilas que lo reflejaban... y estando ambos con respiración de maratonista me dijo “quiero tu BB” mientras me arrancaba el aparato. Corrió como un perro espantado hasta desaparecer entre la cortina de árboles que se enfilan a lo largo del riachuelo, dejando mis pulgares huérfanos de teclado, y en el suelo un trío de pelotas bicolor.
Aquí está mi reflejo. Siente cómo abre una rendija por donde se escapa la luz y lanza allí, en ese flujo coloidal, palabras sin significado aparente que acarician o golpean el hipotálamo; y más tarde, cuando el sol se desliza detrás del contorno impreciso de la tierra, se desvanecen entre las sombras de los intrincados bosques dendríticos. Se escapan. Así son los espejismos.
¿Estás segura de que era Carlos?
ResponderEliminarNo me pega con su carácter
Cómo?? Ja,ja,ja...
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