Aquí está mi reflejo. Siente cómo abre una rendija por donde se escapa la luz y lanza allí, en ese flujo coloidal, palabras sin significado aparente que acarician o golpean el hipotálamo; y más tarde, cuando el sol se desliza detrás del contorno impreciso de la tierra, se desvanecen entre las sombras de los intrincados bosques dendríticos. Se escapan. Así son los espejismos.

lunes, 22 de agosto de 2011

EN AQUEL OTAKON



Estabas allí, oculta entre el gentío. Mirabas como perdida aquel mar de fantasía, jugabas a reconocerlos a todos, sabías sus nombres y hasta su intimidad: allí está Ash con su pokebola en la mano, L investigando sobre el escritor de las notas de la muerte, Naruto y su clan, ¡ah! y allí está Luffy con su sombrerito de paja, ¡que gracioso! ¿Cuándo vendrá uno que pueda alargar sus extremidades? En cada hallazgo una emoción infinita y unas ganas de acercarse a conversar sin terminar de atreverse. Entre todos los asistentes buscabas los mejores, los más fieles, los que luego serían los protagonistas del “Slide Show” de tu página de Facebook, los que enviarías por Twitter. Pero más allá de aquel desfile ilusorio, lo que en realidad deseabas era que alguien te descubriera, que te reconocieran; te sentías de vidrio. Tu esperabas ansiosa ese flash que congelaría tu imagen para siempre, creías merecerlo, te esmeraste en cocer tu traje cuidando cada detalle, cada color, cada forma. Fue entonces cuando me viste, tímida y traviesa, a través de los rostros, de las máscaras que danzaban entre el Karaoke y las tienditas de souvenir. Me acerqué y nos miramos unos minutos, sonreímos. Finalmente adoptaste ante mi camarita digital la pose tantas veces ensayada en el espejo de tu habitación, a solas, cuando nadie te veía, la que definitivamente te hizo merecedora de usurpar el nombre de Zelda. Por un momento pensaste que te rescataría de aquella torre en la que te hallabas, en donde te sentías más cómoda con aquel atuendo que sin él, porque llevabas años escondiéndote del mundo. Un público intermitente e inesperado se acercó, nos fotografió, nos creyeron juntos (tu también lo creíste). Pero mientras mi traje verde y mi capucha verde, probablemente te decían al oído que ya no estarías sola, yo esperaba impaciente que aquella marea de flashes bajara, o que algún otro personaje nos interrumpiera para escapar, para seguir explorando mundos, para continuar la aventura. En ese instante dejé allí tu anime-reflejo, con la esperanza de encontrarnos en el próximo otakon.


1 comentario:

  1. Hola, no tengo acceso con mi cuenta Google...el escrito es bien agradable, porque me recuerda un evento que fue fabuloso. Abrazos, J

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