La
Tierra está muriendo, la contaminación envuelve a la biosfera en una mortaja de
tóxicos que eclipsan la luz, que desborda el silencio. La contaminación es
muerte, es producción destructiva que nadie lamenta mientras improvisamos la vida que huye, que solo en la
noche se oculta, bajo el brillo de la luna que toca los sueños. Allí, un delfín
suspendido en el aire mira hacia abajo su casa en ruinas. Ya no hay serpiente que
se muerda la cola, los relojes han
detenido su marcha.
Mientras
el líquido mercurial se dilata sobre el color, la biosfera se viste de luto y
nadie más llora el ocaso. Los efluvios nefastos tienen más valor que los
frailejones, las garzas, los manglares o las abejas. Sólo el amor que unifica puede romper la
mortaja, solo el amor.