El perro muerde por las
noches mientras la luna está menguando. Y en su mordida, espuma blanca inyecta con
lentitud. Se desprende en el sereno un
aroma de azahar, de rosa marchita, de
sentimientos subterráneos. Veneno interno. El entorno determina al perro,
contamina al perro, lo moldea. Ya no es más su propia esencia porque se ha
disuelto en el alma colectiva. Ahora es imitación de risa, imitación de rabia,
imitación de llanto. Ha muerto en él aquel rebelde que borraba las malas
premisas y las falsas conclusiones; y en
su lugar, solo queda un perro-masa, que clava sus dientes (afilados por otros),
que gruñe sin consciencia; un perro que perdió su contorno para convertirse en
una mancha roja, esa, que destila de mi cuello mientras la luna desaparece.
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