Aquí está mi reflejo. Siente cómo abre una rendija por donde se escapa la luz y lanza allí, en ese flujo coloidal, palabras sin significado aparente que acarician o golpean el hipotálamo; y más tarde, cuando el sol se desliza detrás del contorno impreciso de la tierra, se desvanecen entre las sombras de los intrincados bosques dendríticos. Se escapan. Así son los espejismos.

miércoles, 27 de agosto de 2014

Un detalle para Julio Cortázar en sus 100 años.




            Mi aproximación a Cortázar no fue la usual, sucedió a través del jazz. Suelo escuchar todas sus variantes, pero la que más me gusta es el bebop de Chalie Parker, John Coltrane y Miles Davis; son melodías que me diluyen. Una tarde de 1993, me encontraba yo revisando libros en una de esas tienditas instaladas en el pasillo de la Escuela de Ingeniería de la Universidad Central de Venezuela. Estaba buscando libros de Stendhal. Había leído Rojo y negro y La Cartuja de Parma, pero quería más. Estando a punto de claudicar, leí en un pequeño libro de bolsillo de la editorial Alianza Cien “STENDHAL, Ernerstina o el nacimiento del amor”. ¡Eureka! Pero el libro era parte de una colección muy cómoda para leer en cualquier lugar, por lo que comencé a ojear el resto de los títulos y fue entonces cuando me tropecé con uno que ostentaba un saxofón en la portada “CORTAZAR, El perseguidor”. Recordé que no había leído nada de Cortázar, ni siquiera la tan nombrada Rayuela en mis años de colegiala, pero si ese sujeto había escrito sobre el jazz, seguramente era para mí. Y lo ha sido hasta ahora. El texto me recordaba mucho a Charlie Parker, entonces, lo leí recostada en el sofá de la sala mientras Charlie tocaba su saxofón desenfrenado. Charlie y Cortázar dialogaban. El saxo se sumergía en las profundidades de la melodía y luego se desataba en forma violenta en busca de un clímax, mientras Cortázar decía: “Johnny ha abandonado el lenguaje hot más o menos corriente hasta hace diez años, porque ese lenguaje violentamente erótico era demasiado pasivo para él. En su caso el deseo se antepone al placer y lo frustra, porque el deseo le exige avanzar, buscar, negando por adelantado los encuentros fáciles del jazz tradicional. Por eso, creo, a Johnny no le gustan gran cosa los blues, donde el masoquismo y las nostalgias… Pero de todo esto ya he hablado en mi libro, mostrando cómo la renuncia a la satisfacción inmediata indujo a Johnny a elaborar un lenguaje que él y otros músicos están llevando hoy a sus últimas posibilidades. Este Jazz desecha todo erotismo fácil, todo wagnerianismo por decirlo así, para situarse en un plano aparentemente desasido donde la música queda en absoluta libertad, así como la pintura abstraída a lo representativo queda en libertad para no ser más que pintura. Pero entonces, dueño de una música que no facilita los orgasmos ni las nostalgias, de una música que me gustaría poder llamar metafísica, Johnny parece contar con ella para explorarse, para morder en la realidad que se le escapa todos los días. Veo ahí, la alta paradoja de su estilo, su agresiva eficacia. Incapaz de satisfacerse, vale como un acicate continuo, una construcción infinita cuyo placer no está en el remate sino en la reiteración exploradora, en el ejemplo de facultades que dejan atrás lo prontamente humano sin perder humanidad. Y cuando Johnny se pierde como esta noche en la creación continua de su música, sé muy bien que no está escapando de nada. Ir a un encuentro no puede ser nunca escapar…”

            Así fue mi encuentro con Cortázar. Ahora abrazo con ternura sus Cronopios, porque para mí son esos pequeños duendes que andan por el tiempo y por el mundo conectándonos con la naturaleza y con nuestra fibra más profunda y misteriosa, para que no olvidemos nuestro origen y destino.

            Me embrujó. Cortázar era un niño que jugaba con las palabras, jugaba solo y con sus lectores, aún lo hace.


lunes, 18 de agosto de 2014

Convergencias

         

          Esta es la selva. Aquí, encontramos cada día más riesgos que belleza, la caída de una cultura por la derrota de la esperanza. La selva. Y en ese paisaje árido y gris que alguna vez fue verde, quizás muy lejos en el tiempo lo fue, la vemos a ella con sus cabellos de canela y su cuerpo de sirena, caminando muy despacio, como respirando los pasos. Sus ojos se mueven de un lado a otro con mucha atención, levanta la mirada, la baja, la fija y así. El tiempo se perdió o tal vez ella, en aquel templo construido en medio de la espesura humana; tiene una actitud hedonista, calmada, sin expectativas; le gusta ser sorprendida, que surja de la nada aquello que la sumerja en la ataraxia. Epicúreo flota en el aire, está en cada rincón de esta selva llena de gente que va y viene, que habla, que ríe, que grita; también en algún rincón, por allá cerca de las frutas, hay alguien que canta una canción de amor con la mirada perdida… Y en medio de aquel escándalo, entra él, con actitud estoica y algo molesto. Su paso es apresurado pero firme, de vez en cuando levanta la muñeca izquierda para ver su reloj, no quiere detenerse a contemplar el paisaje porque sabe exactamente lo que busca, lo había planificado todo antes de salir; espera encontrarla pronto y salir de allí.

Él y ella se tropiezan con fuerza, ella por andar distraída, él, por andar con prisa. Y en ese punto de convergencia, se separan, se miran unos segundos y luego ven el último paquete de Harina Pan en medio de anaqueles vacíos y grandes bolsas de papel rasgadas sobre el piso, como si un ejército de langostas hubiese pasado por allí llevándoselo todo. Los dos toman el paquete, forcejean, ahora sus ojos son tanques de guerra, arquean las cejas, muestran los dientes, es la lucha por la supervivencia del más apto. Él le dice que no importa, que se puede llevar el paquete de harina; ella le dice que no, que está a dieta y que la sustituirá por una caja de Special K con pasas o chocolate… si la encuentra. Un grupo de gente corre en desorden hacia el pasillo tres, ella detiene a una señora y le pregunta que hay allí, la señora le contesta que no sabe, que va a averiguar. Entonces se van juntas siguiendo la corriente. Él se dirige a la caja y paga el producto, siente que ha ganado una batalla, pero sabe que tendrá que repetir la hazaña en pocos días.

            Ella revisa la lista de compras que tiene en la mano mientras hace la cola: consiguió la leche y la harina de trigo, pero de nuevo regresará a casa sin aceite, sin azúcar y su desayuno tendrá que esperar por las arepas. Delante de ella va un señor con un par de cosas en las manos y delante de éste, una señora con cuatro paquetes de Harina Pan que se voltea y le pide al señor que le pase dos de los paquetes porque sabe que la cajera impedirá se los lleve todos. El señor la ve con furia y le dice - Señora, usted es muy egoísta. ¿Quiere todos los paquetes para usted? ¿Cómo se le ocurre pedirme eso? ¿Cómo se le ocurrió pensar que yo iba a participar en su chanchullo? ¡Que falta de respeto! La señora lo mira con pena e indignación, respira profundo y le contesta –Discúlpeme, señor, yo pensé que usted tenía un buen corazón, pero ya veo que no tiene idea de lo que significa C-O-L-A-B-O-R-A-R. Al final, termina llevándose los dos establecidos por no sé qué ley. La mujer de cabellos canela se alegra y le pregunta a la cajera – ¿Puedo tomar esos dos paquetes de harina?-  y ella le contesta - sí, por supuesto- y continúa tecleando con sus uñas acrílicas extra largas. Ha sido sorprendida de nuevo, bienvenida sea la ataraxia, ese placer cercano a la esquizofrenia.

            Así vivimos aquí, cada quien con sus estrategias de supervivencia, unos más racionales, otros más cercanos a las bestias. No importa si usted es hedonista o estoico, lo cierto es que todos estamos sujetos a este mundo absurdo en donde la ciudad se ha convertido en selva.

miércoles, 13 de agosto de 2014

¿Por qué, Robin Williams?


            Lo había olvidado, pero ayer recordé cómo a los diez años trataba de unir el meñique con el anular y el dedo medio con el índice hasta formar una V para despedirme de ti cada vez que terminaba Mork y Mindy. ¿Acaso fue una orden de Orson, que con su voz de trueno te dijo que ya era hora de volver a Ork? ¿O es que quisiste revivir el momento en el que Andrew decidió que ya era hora de terminar la vida con algo parecido a la eutanasia? Con seguridad eso fue porque tú no eras de este mundo. Tu versatilidad, esa que nos hacía vivir los personajes como si fuesen reales, esa capacidad tan tuya de hacernos reír, entristecernos, conmovernos y romper contigo los paradigmas establecidos con la intención de alcanzar la felicidad, de sentir la vida en lo profundo, estaba más allá de lo humano.
            Me hiciste recordar a Yasunari Kawabata, quien alguna vez dijo que no veía nada honroso en el hecho de quitarse la vida y luego, en 1972, se suicidó. Alguien llamado Juan Gustavo Cobo Borda lo justificó atribuyéndole una sensibilidad exacerbada… yo podría decir lo mismo de ti, pero en realidad pienso que perdiste la perspectiva, sí, en algún punto la perdiste. La vida no está hecha de puntos discontinuos  en el tiempo, somos un rango que tiende al límite, porque siempre vamos sumando experiencias. Sé que a veces se apagan las luces y vemos solo eso que somos en medio de lo incierto, hay que ver hacia atrás de vez en cuando y observar en la distancia todo lo que hemos sumado porque siempre será parte de lo que somos y seremos en el futuro. Tenemos que detenernos y contemplarnos desde el remanso del río y continuar el camino.
            Pero no estoy aquí para reprochar tu decisión, estoy aquí para decirte que no solo nos hiciste pasar buenos momentos, sino que sembraste buenas semillas en el corazón de mucha gente a través de John, el profesor de literatura que inspiró en tantos jóvenes el amor por las letras; de Patch Adams, con su insistencia de querer sanar a los enfermos a través de la risa y que fue imitado en Venezuela por El Doctor Yaso; de Andrew, que nos enfrentó a la idea de que estábamos perdiendo nuestra sensibilidad hasta el punto de que un robot podía tener mejores sentimientos que nosotros, seres de carne y hueso; del locutor de radio Adrian Cronauer, que nos enseñó a tener fortaleza y el valor que tienen aquellos que nos hacen reír y pasar buenos ratos en tiempos difíciles; ellos entre muchos otros.
            Dejaste un gran legado en la Tierra, espero que en Ork, finalmente, puedas encontrar la felicidad que quisiste para nosotros.

Nano-nano.