Aquí está mi reflejo. Siente cómo abre una rendija por donde se escapa la luz y lanza allí, en ese flujo coloidal, palabras sin significado aparente que acarician o golpean el hipotálamo; y más tarde, cuando el sol se desliza detrás del contorno impreciso de la tierra, se desvanecen entre las sombras de los intrincados bosques dendríticos. Se escapan. Así son los espejismos.

jueves, 9 de enero de 2014

VIVIR ES UN SALTO AL VACIO




La vida es un ciclón que te lleva y giras y giras hasta que te conviertes en hueso y polvo... una licuadora. Giramos en el sentido de las agujas del reloj hacia el abismo junto al mundo. Es entropía,  porque desde la explosión originaria, se ha tendido a pasar de una forma organizada y concentrada a otra desorganizada y dispersa. Lo único que te salva es saltar. Pero eso nadie lo advierte tan fácilmente porque muchas veces nos cuesta levantarnos, caminar (y no hablemos de correr); pensamos que estamos dormidos, que soñamos, cuando en realidad estamos muertos. Somos una sociedad llena de cadáveres con los pies atados a la tierra. Cuando te percatas de tu inminente inmovilidad, comienzas a padecer una especie de amnesia selectiva: las exigencias, los reclamos y los compromisos se vuelven difusos, los dejas dando vueltas en el ciclón de voces confusas. Allí, todo el mundo habla, grita, pero nadie escucha más que ruido porque todos hablan a la vez, por eso el silencio es un néctar delicioso, nos lleva a otro estado de conciencia. Cuando te has movido hacia el centro del ciclón, aún escuchas las voces, pero no ruido. Puedes diferenciar al niño que llora por hambre del soldado que ha perdido sus piernas en la guerra; el grito de horror de una mujer que está a punto de ser violada del grito de placer que experimentan los amantes en el clímax; la voz amable de los abuelos de la de jovenes iracundos.
Comienzas a sentir que estás aquí, observas tu cuerpo, tus pensamientos en medio de voces que no descansan. Te sigues moviendo hacia el centro y te das cuentas de que has estado en ese carrusel salvaje, confundido e indefenso. Te estás moviendo hacia el centro y sueltas todo lo que te ata a esa realidad y estás entrando en otra, una que te pertenece. Lo haces despacio porque tienes miedo. Todos los que giran tienen miedo, un miedo abstracto que sólo comienza a tomar forma cuando elegimos detenernos. Dejamos de girar, ahora flotamos en medio de un abismo oscuro lleno de voces, afuera hay luz, pero no lo sabemos.

Has logrado apagar las voces, has descubierto quien eres, hacia dónde te quieres dirigir, y sabes que no podrás volver allí a formar parte de aquellos cuyas vidas se confunden en el torbellino. Experimentas los deseos más deliciosos, embriagadores, excéntricos. Notas tu respiración, tus pulsaciones y  un alboroto feromónico. Cada vibración de tu cuerpo te eleva, te acerca a la boca del ciclón, olfateas la muerte y te detienes, pero sabes que regresar no es una opción. Sientes el riesgo, las cosquillas, la tensión muscular; tu cuerpo se rebela contra la inmovilidad y estalla. Lloras, gritas y ríes sin paredes que te oculten, todas las emociones se desbordan en el centro y desde el centro, cada vez más cerca de la luz. El tiempo ha desaparecido, sus agujas siguen girando allá abajo, son las que impulsan el ciclón, marcan su velocidad y su ritmo, pero ya no te alcanza. Escuchas el latido de tu corazón, el pulso, la respiración, has salido del ojo del huracán y te hallas en el contorno del vacío. Sientes el vértigo, cierras los ojos y saltas. Caes sin resistencia y  luego comienzas a volar. Respiras, te sientes, vuelves a verlo todo desde arriba, el hambre, la guerra, la destrución de la naturaleza, el amor, la muerte y escuchas la voz de Sófocles diciendo: “Si un hombre ha de renunciar a lo que era su alegría, a éste no le tengo por vivo: como un muerto en vida, al contrario, me parece.”

sábado, 4 de enero de 2014

El rescate del río

           


          La niña-mujer abre los ojos, toma el cristal de cuarzo blanco entre sus manos y deja que los rayos del sol lo toquen. Siente un cosquilleo, como un corrientazo que se mezcla con su sangre. Danza con movimientos suaves y llenos de gracia hasta llegar a la orilla del río; ella y el cristal son uno cuando lo entierra en el fondo de esa vena negruzca y maloliente. Un resplandor se desata con fuerza liberando el caudal de su pesada mortaja. Regresan los peces, las aves, los caracoles y las mariposas a su santuario; crecen hierbas y flores en su margen. Ya puedes ver tus pies bajo el agua, saciarte. El cuarzo blanco ha quedado enquistado en el fondo del río: durante la noche se tansforma en plata y durante el día en arcoiris. Y mientras tanto, la niña-mujer danza.