Aquí está mi reflejo. Siente cómo abre una rendija por donde se escapa la luz y lanza allí, en ese flujo coloidal, palabras sin significado aparente que acarician o golpean el hipotálamo; y más tarde, cuando el sol se desliza detrás del contorno impreciso de la tierra, se desvanecen entre las sombras de los intrincados bosques dendríticos. Se escapan. Así son los espejismos.

sábado, 12 de mayo de 2012

PARA ANA PAULA






Estalló un Big Bang interno,
tan lejos de la luz, cuando es toda luz
rocío y viento que levantan mis pómulos
espera interminable untada de miel,
vendados  los ojos.
El dolor de un primer llanto,
ese llanto, mi alegría
que trae colores pasteles,
sueños de caramelos,
melodía  Scarlattina.
Flota en el agua un hilo,
que te llena de mí, que me llena de ti;
como el de Ariadna,
te mostrará la salida
Siempre
aunque yo me haya ido.
       

sábado, 5 de mayo de 2012

Una mirada ingenua hacia unas “Ciudades que no existen”




La semana pasada terminé de leer “Ciudades que no existen”, un libro escrito por Fedosy Santaella en el 2010. No suelo hacer comentarios públicos acerca de mis lecturas; sin embargo, con este libro la historia es distinta. Y a continuación les diré por qué. Consiste en una serie de relatos que tienen ese toque satírico que caracteriza los textos de éste escritor venezolano, su manejo equilibrado de la ironía es, a mis ojos, de buen gusto. Los temas siguen siendo urbanos, pero con aire de mar.  Este escritor nos lleva a recorrer nichos estrechos de Puerto Cabello y de Caracas, los cuales no son inmutables a los ojos del lector; con el pasar del tiempo han dejado de ser lo que una vez fueron, tanto en su fisionomía como en su idiosincrasia, bajo la mirada aguda de un individuo que ha madurado con los años. Al respecto, haré las siguientes citas: “Cuando las cosas que uno conoció comienzan a desaparecer, no queda más remedio que aceptar que te estás poniendo viejo”, “…Puerto Cabello es una isla interna habitada por un niño. Es decir, aquel lugar ya está ocupado, y las miserias y la soledad futuras o cotidianas necesitan espacios vacíos”. Este libro evocó en mí, retazos de la “Teoría de los espejos”, en donde de Guillermo Meneses (1953), expresa lo siguiente: “¿Qué son  al fin, los recuerdos?... Si se los toca ya no existen; sus reflejos sólo tienen valor en cuanto guardan la posición exacta del instante en el cual eran espejos de la realidad. Traerlos a la memoria es moverlos de su sitio, cambiarlos del campo de visión que frente a su momento tenían.”
En estos cuentos la atmósfera es oscura, nebulosa, lejana y a la vez íntima, son narraciones realistas con toques de surrealismo y en algunos relatos hay presencia de elementos fantásticos. Esta mezcla embriagadora la podemos sentir a lo largo del libro pero es muy palpable en El belizná del bosque, Seis dedos y un nahual, El olor del maizal, Los muñequitos de las llaves y La Piaf nos está mirando. Mientras lees, sientes que son anécdotas que te están contando con un par de cervezas en un bar cualquiera, con mucha camaradería y con un lenguaje coloquial.  Este es, además, un libro muy creativo, cosa que ha caracterizando a Fedosy Santaella desde el principio de su carrera literaria: un belizná que persigue a un hombre como si fuera su karma, una silla que viaja hacia muchos lugares y se involucra en muchas historias, viajes estos que realiza sin voluntad propia (claro, es una silla); un duende que esconde llaves y causa reveses en la vida de las personas, prostitutas vírgenes, una Edith Piaf que deja de ser canario para convertirse en un espectro diabólico… en fin, por momentos, este narrador manda al diablo la realidad y te lanza en benji, caes, lo disfrutas, pero siempre hay algo que te mantiene atado al contexto. Y no incorporo en la lista a Techo de Vinilo, porque es un personaje real, aunque cualquiera que no lo haya conocido podría pensar que forma parte de la fantasía del autor.
El relato “La Piaf nos está mirando”,  se destaca por su elevado erotismo.
 Hay algo de nostalgia en este libro, y espero no equivocarme cuando digo que, cualquier estudiante universitario, del presente o del pasado, puede identificarse con los cuentos allí contenidos. Yo me confieso víctima de ese portal (por momentos me vi caminando por esos pasillos ucevistas tan queridos, pero que ya no le pertenecen a mis zapatos). La lectura de “Ciudades que no existen”, es amena, ideal para el descanso, y nos recuerda que las ciudades no son solo calles, no solo casas, sino que también son hombres, la mirada de esos hombres y todas las emociones que nos hermanan. Oswaldo Trejo, escribió en  “La llave en las montañas, (1969)”  lo siguiente: “…a las orillas de los ríos están las casas donde viven los hombres. Los hombres que son también ciudades. Ciudades sin muros, ni torres, ni palacios, ni avenidas. Ciudades hechas de pasos, de gestos, de voces que a un tiempo dicen: trabajo, perdón, lejos, adiós. Palabras que se multiplican y golpean el tránsito de los sonidos, sin ordenanzas ni señales.” Esas voces son las que nos conducen por las calles de Caracas y de Puerto Cabello, por la UCAB y la UCV, por apartamentos y situaciones, todo esto bajo la mirada reversa del autor.
 ¡Feliz semana del libro!

martes, 1 de mayo de 2012

Espejismos mutantes



Hoy me abriste la puerta de nuevo y no supe qué hacer. Me la has abierto y cerrado tantas veces que he decidido quedarme inmóvil a ver si alguna vez me encuentras (o te encuentro). Porque cuando estás en medio de la muchedumbre es mejor no buscar, te pierdes, eres uno más de tantos, a menos que uses un sombrero, un pañuelo de color llamativo, algo en la cabeza. Lo que hay en la cabeza nos distingue, y eso es precisamente lo que me gusta de ti. Eso que se mueve adentro, que hace sinapsis, lo que enciende chispas cuando apenas se rozan sus terminaciones, eso que se va abrazando y formando cadenas y luego redes; ellas son paredes invisibles que delimitan nuestro espacio, nuestra perspectiva, y que, de vez en cuando rompemos para hacernos un lugar más amplio. A veces simplemente abrimos una ventana porque necesitamos luz, respirar, ver las paredes, las redes y cadenas de otros, tal vez asimilemos algo, tal vez nos guste algo diferente y modifiquemos un poco esa estructura que hemos diseñado para movernos interiormente. ¿Quién podría saberlo?  Yo he abierto una rendija para verte, y también para que te asomes (como a veces lo haces), tal vez por curiosidad,  esa que no es mundana, sino tan íntima. Tú te asomas en mi cabeza como no se asoma nadie, y yo te dejo.  ¿Qué verás allí?  Realmente no lo sé, pero te inquieta. Yo no puedo decirte lo que hay, porque no es fácil verse por dentro, no puedes tragarte un espejo que te hable. Hay quienes piensan que los demás pueden reflejarnos, pero te aseguro que no siempre es así. Los espejos siempre mienten, porque nos muestran una imagen complaciente. ¿Quién puede reflejarnos cuando somos espejismos? Espejismos mutantes.
Nuestras palabras se tocan, nos tocamos en lo etéreo, nos hacemos el amor a través de conexiones invisibles. ¿Has oído hablar de que somos energía, de que el sol nos atraviesa con sus neutrinos como si fuésemos hologramas? Me basta con pensar en ti para establecer una conexión emocional contigo, es simple, solo pensar. Pero me abriste hoy la puerta y no sé si entrar, no sé cómo hacerlo, si debo dar un paso, brincar, o bailar. No me pidas que vuele, mis alas se mojaron con la lluvia y no sé si pueda usarlas cuando se sequen, si es que alguna vez dejan de llorar. Un día te pedí que me mostraras el camino, y lanzaste unas migajas que se comieron los pájaros. Construí una escalera de papel. Llegué hasta el último peldaño y allí estabas tú. Ese día no escudriñamos el pensamiento, ese día no abrimos las ventanas (tal vez un poco);  porque eras piel, pude tocarte, te abracé, y es un abrazo que aún no termina. Tu mirada aquí, tu perfume en mi nariz, y esa sonrisa que tortura a quien desea la humedad de los labios. Yo también era un cuerpo sensible al tacto, también perfume y sonrisa. Me abrazaste mientras reías, y es un abrazo que aún no termina. Mi mirada esquiva, mi perfume en tu nariz, y mis labios arrojando palabras con torpeza, con mucha torpeza, cavando la tierra. La escalera sigue allí, y tú en algún lugar. Entonces de nuevo las caricias lejanas, las palabras que lamen lo invisible, luego el silencio. Y aún así, hoy me abriste la puerta, y prefiero no moverme, elijo callar.